martes, 17 de enero de 2017

Falange

El rival de José Antonio para el liderazgo de la política fascista en España era el apasionado intelectual Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las JONS. Ledesma era un fascista prototípico que entendía mucho mejor que él la doctrina y la política fascistas. Era aún más joven que él pero de aspecto mucho menos impresionante y menos encantador; despreciaba al “señorito” falangista, lo consideraba un aristócrata privilegiado y reaccionario que no sabía cómo acudir a las masas y empujarlas a la revolución […]
Para Ledesma, José Antonio padecía lo que denominó, no sin razón, “confusión ideológica”: era demasiado de derechas, italianista e imitador del fascismo, insuficientemente revolucionario, y buscaba siempre compromisos con los “reaccionarios”. Desde luego, en aquel momento, José Antonio no era en absoluto un fascista revolucionario  […]
La unificación resultaría decisiva, tanto para Ledesma como para José Antonio. Contra sus esperanzas y expectativas, Ledesma se daría cuenta de que no poseía ni la fuerza ni el apoyo necesarios para dirigir el fascismo español y, al cabo de un año, se vería relegado a un yermo político. Para José Antonio supuso un paso enorme, probablemente el más decisivo, al desviarlo del talante derechista de la Falange originaria hacia el inicio de un fascismo revolucionario.

Stanley G. Payne




¿Se advierte cuál es el proceso paradójico y trágico del estatismo? La sociedad, para vivir mejor ella, crea, como un utensilio, el Estado. Luego, el Estado se sobrepone, y la sociedad tiene que empezar a vivir para el Estado. Pero, al fin y al cabo, el Estado se compone aún de los hombres de aquella sociedad. Mas pronto no basta con éstos para sostener el Estado y hay que llamar a extranjeros […] Los extranjeros se hacen dueños del Estado, y los restos de la sociedad, del pueblo inicial, tienen que vivir esclavos de ellos, de gente con la cual no tiene nada que ver. A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimentan el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa.
Cuando se sabe esto, azora un poco oír que Mussolini pregona con ejemplar petulancia, como un prodigioso descubrimiento hecho ahora en Italia, la fórmula: “Todo para el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado”. Bastaría esto para descubrir en el fascismo un típico movimiento de hombre-masa. Mussolini se encontró con un Estado admirablemente construido (no por él, sino precisamente por las fuerzas e ideas que él combate: por la democracia liberal). Él se limita a usarlo incontinentemente; y sin que yo me permita ahora juzgar el detalle de su obra, es indiscutible que los resultados obtenidos hasta el presente no pueden compararse con los logrados en la función política y administrativa por el Estado liberal. Si algo ha conseguido, es tan menudo, poco visible y nada sustantivo, que difícilmente equilibra la acumulación de poderes anormales que le consiente emplear aquella máquina en forma extrema”.

 José Ortega y Gasset enLa rebelión de las masas





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